No es porque hayamos ganado al Valencia, no es porque seamos semifinalistas de la Copa del Rey (por segunda vez en 3 años), ni es porque sea oportunista y hoy que, por fin, ha sonreído la suerte, me dé por escribir. No. Hoy quiero escribir porque mi equipo le ha echado unos arrestos importantes al partido, porque, incluso sin jugar bien, han hecho lo que tiene que hacer cualquier profesional que lleve la camiseta del Sevilla Fútbol Club: partirse la cara.

La cosa continuaba mal: un centro del campo que no existía, con un Duscher en bajísima forma y Romaric, espeso y entregando demasiados balones. Los centrales estaban nerviosos, les cogían la espalda con facilidad. Mata era un quebradero de cabeza y tanto Silva como Vicente hacían combinaciones con facilidad. De hecho, el Valencia pudo aumentar la distancia en el marcador aun más, pero las espaldas de Fernando Navarro y Escudé aliviaron el problema.
La afición hoy olía a noche grande. Mejor dicho, quería una noche grande de Nervión. Aunque hubo amagos de silbido, se acallaron pronto y se espoleó al equipo lo suficiente para que, el más grande africano que ha pisado el Ramón Sánchez Pizjuán (con el permiso de Biri Biri) con la camiseta del Sevilla, picase una pelota de cabeza y pusiese el empate en el marcador.
A partir de ahí, el Sevilla había despertado oficialmente. El Valencia dio el pasito atrás, y comenzó un acoso a la portería de César. Luis Fabiano, hoy fallón pero trabajador (cada día tiene un mayor compromiso con el equipo) hizo lo que casi nunca hace: fallar un gol de esos que le gustan a los delanteros malos porque es más difícil fallarlo que meterlo. Parecía que hoy no iba a ser nuestro día.
Atacando, acabó el primer tiempo. Tras el descanso, el Valencia, jugando perfectamente con el tiempo con la connivencia total del árbitro (vergonzoso la de minutos que ha perdido César), rompía cualquier amago de espoleo sevillista. Después le pasaría factura.
El Sevilla, sin embargo, no desfallecia. No era bonito, no era agobiante, pero no cesaba de atacar. Jesús Navas, milagrosamente recuperado, hacía uno de esos partidos que demuestran por qué el Sevilla es distinto con él o sin él. Hacía lo que quería con Moretti, y con el que se le pusiese por delante. De hecho, el italiano tendría que haberse ido a los vestuarios antes del final del partido: manos, faltas y bloqueos al palaciego, protestas,.... Hemos pagado con creces el regalo arbitral del gol concedido a Adriano en fuera de juego en Mestalla. Capel, que entró para sustituir a Adriano en la primera parte (veremos qué tiene el brasileño y si puede ir con su selección; esperemos que sí), está recuperando su nivel y eso ayuda al equipo. Jiménez, que desde mi punto de vista tardo una eternidad en sacar a Duscher (incomprensible el gol que tira a las nubes) del campo, metió a Renato, que no había dado un buen nivel jugando de mediocentro (de esto, tendremos que hablar otro día), para darle un puntito más al ataque.
El Sevilla continuaba atacando, pero nada. O nos chocábamos contra el portero, contra la espalda de un defensa o contra nuestra propia incapacidad. Pero se iba a por el partido, se luchaba, se jugaba, se intentaba, había pundonor...
Cuando todo parecía perdido, como en Donestsk, como contra el Schalke 04, o contra el Olimpiakos, un corner. No marcábamos de corner desde que Fede Fazio le hizo un gol al otro equipo de la ciudad (ese que jugaba maravillosamente y que iba a ir a la UEFA, y que había fichado mejor que el Barcelona). Squillaci, redimiéndose de su fallo en el gol ché, empujaba en un barullo de piernas el balón a la derecha de César. Minuto 45.

Fin del partido, mi Sevilla, nuestro Sevilla Fútbol Club, a Semifinales de la Copa del Rey.
Os puedo asegurar que, aunque no nos hubiésemos clasificado, el tono de mi post sería el mismo. Hoy, los futbolistas, han estado a la altura. Aunque Squillaci no hubiese marcado ese gol, aunque el Valencia estuviese en nuestro lugar.
Hoy también, nosotros, la afición, hemos estado a la altura. No hemos sido oportunistas, es que también nos hacía falta que el equipo nos transmitiese. Y hoy lo ha hecho.